Literatura de viajes

Concepto

La literatura de viajes aparece como constante en la gran mayoría de historias literarias en diferentes épocas y países, y en nuestros días constituye un componente esencial de la comunicación internacional e intercultural, tanto en la vertiente de producción de textos, reflejada a través de las diferentes colecciones de viajes auspiciadas por distintas editoriales, bien como objeto de estudio de la comunidad académica a través de la celebración de congresos, jornadas, seminarios y la publicación de distintos tipos de aportaciones.

Sin embargo, su definición y su caracterización no se encuentran exentas de controversia, ya que su pretendida imprecisión genérica ha desembocado en un intenso debate en el que incluso se ha cuestionado su estatus como género literario autó- nomo, defendido por gran parte de la crítica especializada (Spang, 2008).

La mera aproximación al término viaje como eje central del género requiere ya del posicionamiento del investigador, pues debe dictaminar si en este se admite solo el desplazamiento geográfico real, físico, o también el metafórico, mítico o alegórico.

Asimismo, su delimitación implica diferentes problemas, pues la categoría literatura de viajes puede albergar modalidades tan diferentes como libros de viajes, crónicas de descubrimiento y de exploración, itinerarios de peregrinos, cartas de viajeros, diarios de a bordo o guías de viaje.

Análisis

Por tanto, la primera característica y la más obvia radica en la mutabilidad de la literatura de viajes como género, su apertura e inclusión de obras de diferentes procedencias, sean estas ideológicas, lingüísticas e incluso genéricas, por lo que además comparte intereses con otras disciplinas, como la etnografía, las ciencias sociales, la literatura científica o la geografía, entre otras.

De esta mutabilidad, imprecisión, complementariedad y proximidad con otros géneros y disciplinas surge la íntima relación entre la literatura comparada y la literatura de viajes, ya que los instrumentos comparatistas constituyen las mejores herramientas para trascender fronteras y adoptar perspectivas interdisciplinares (Ibarra y Ballester,2012). De acuerdo con la intrincada pero apasionante finalidad de desvelar la ideología subyacente en cada texto, el comparatismo permite trabajar en el estudio de la literatura de viajes desde las siguientes aportaciones (Nucera, 2002):

• los estudios en torno al género literario, dada la voluntaria indefinición del género o su calificación como «género de frontera»;

• los estudios poscoloniales, siempre que la figuración del «otro» legitime el intervencionismo europeo en la dominación de otras culturas;

• los genderstudies, puesto que prácticamente desde sus orígenes la experiencia del viaje ha pertenecido al hombre;

• la imagología, gracias a la preferencia por el diseño y divulgación de imágenes de lugares;

• el estudio de las identidades nacionales, por el que las culturas son vistas y representadas desde el exterior, pero también desde el interior;

• el género de la emigración, de creciente protagonismo en Europa, en el que el viaje hacia nuestra cultura y nosotros permite la visión de ese nosotros como diversos.

Entre los rasgos dominantes del género, en el nivel temático, Nucera (2002) apunta la tríada partir, viajar y volver como la verdadera constante, y matiza esta aseveración anotando que con frecuencia solo uno de ellos asume un aspecto predominante.

En gran número de relatos de la literatura de viajes, también denominada «relato de viajes» (Spang, 2008) u «hodopórica» como Nucera propone, el héroe debe partir, término comprendido en su doble acepción de «separación, desprendimiento», pero también de «abandonar un estado, en el sentido de condición, para buscar otro». En otros términos, podríamos afirmar que el acto de partir implica una muerte y con posterioridad un natalicio, una escisión y después la tentativa de conjunción con el futuro. El viaje, por tanto, no solo alude al desplazamiento para ser calificado como tal, sino que sobre todo debe producir modificaciones en el sujeto, esto es, la expe- riencia del «lugar otro» debe transformar al viajero. La paradoja lingüística oculta tras los solapamientos etimológicos travel/travaglio (viaje-sufrimiento/tormento, trabajo), partir/parir (parte-fracción/parir) construye el eje de la anterior aseveración: el viaje escenifica el renacimiento a través de una forma diferente provocada por el encuentro con el otro, la redefinición y la reorganización del universo conocido suscitadas por el acto potencialmente subversivo y siempre cognoscitivo del viaje. Si la experien- cia no consigue renovar al individuo, el viaje es estéril.

La extensión de los límites conocidos hacia nuevos parajes, historias y seres desemboca en el otro, representado con frecuencia como diverso respecto a un nosotros y dibujado, según los intereses ideológicos, religiosos, económicos o culturales, como fiduciario del bien y de la sociedad ideal, sobre todo en la denominada escritura «utópica» concentrada en la denuncia de la perversión y la corrupción de este mundo, o como personificación del mal en textos legitimadores de las estructuras existentes. No obstante, el concepto de diversidad se articula en un doble sentido, pues define al mismo tiempo y por oposición los dos elementos de la dualidad nosotros-otro, concretada en múltiples y diferentes binomios que comprenden desde el nosotros frente al ellos a la contraposición entre el aquí y el allá, lo conocido frente a lo desconocido o, simplemente, lo propio frente a lo ajeno. En este sentido, la literatura de viajes nos ofrece el germen de la interculturalidad mediante el contacto entre diferentes colectivos, extiende los límites etnocéntricos de la pupila hacia otras culturas y cuestiona la asunción de estereotipos y prejuicios para la categorización de lo desconocido (Ballester, 2007; Ibarra, 2010; Ibarra y Ballester, 2010, 2011).

Clave en la deontología del encuentro es la hospitalidad, por cuya institución, presente en todas las culturas y civilizaciones, el extranjero es acogido en el seno de una comunidad y, a través de esta aproximación, comprueba la inestabilidad de las fronteras espaciales y le impele al cuestionamiento de pilares identitarios como la pertenencia a una comunidad o los mecanismos constructores de la diferencia. El viajero puede así beneficiarse del encuentro o, por el contrario, rechazar diametralmente el enriquecimiento que este supone, tal y como la ambigüedad semántica de «hospitalidad» apuntaba, pues como derivada del latín hospitem significa «el que recibe al extranjero», pero también se compone de hostis (extranjero) y potis (amo) y de la primera raíz deriva hostis, esto es, hostilidad.

Y después tornare (volver) del latín tornus, el torno y el yugo, meta última del viaje y en su acepción más común la acción de volverse a ubicar en el lugar de partida. El retorno completa y define el viaje, pues desplazarse a un lugar y permanecer allí solo puede comprenderse como un traslado, e incluso su manifestación más extrema, el exilio, contiene etimológicamente el retorno y el dolor y la nostalgia por la imposibilidad de vuelta al lugar de origen. Se parte para retornar, aunque la meta no coincida geográficamente con el espacio de inicio, sino que configure una suerte de patria existencial para la nueva definición de la identidad del sujeto.

En función del viaje, diferentes personajes desfilan por las páginas; así el turista, el viajero, el explorador, el inmigrante, el exiliado o el flâneur escenifican distintas concepciones e imaginarios. Desde la cosmovisión del viaje ligado a la conquista del otro con toda su carga colonizadora, imperialista y exótica, pasando por la figuración del descubrimiento tanto del lugar otro como, sobre todo, de la propia identidad, a la caricatura del turista contemporáneo coleccionista de imágenes sinécdoque de los lugares visitados con las que adornar su domicilio y el paseante que deambula por las calles sin más rumbo que la contemplación y el deleite, la aspiración del olor de la ciudad y la inmersión en sus travesías.

Entre los primeros documentos del género destacan las narraciones procedentes de la antigua Grecia firmadas por historiadores y geógrafos del prestigio de Tolomeo o Herodoto. De la Edad Media (siglo XIII) procede el Libro de Marco Polo, uno de los relatos de viajes más conocidos en nuestros días, sobre todo, gracias a sus diferentes adaptaciones tanto literarias como televisivas para el público infantil y juvenil.

Por otra parte, el viaje como objeto de tratamiento estético figura en la literatura de ficción de diferentes épocas y culturas, desde la literatura grecolatina en obras como La Odisea, el Poema de los Argonautas, El asno de oro o la Historia de Apolonio, rey de Tiro y en las páginas españolas el Libro de Alexandre, entre otras. También es tratado el viaje en la literatura medieval desde títulos como El libro de Apolonio, El libro de buen amor, las Serranillas del Marqués de Santillana o los Cuentos de Canterbury de Chaucer.

Los Siglos de Oro españoles erigen el viaje como tema protagonista de textos como el Viaje de Turquía, pero sobre todo en géneros como la novela picaresca, en el que constituye uno de los rasgos definitorios, como se aprecia en el Lazarillo, la novela de aventuras, la bizantina o incluso la novela de caballerías, con ejemplos tan incla- sificables desde la perspectiva genérica como Tirant lo Blanc o El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha.

La denominada Bildungsroman o novela de aprendizaje instituye el viaje como eje de la peripecia de su protagonista gracias a obras como Años de peregrinación de Wilhelm Meister (1821) de Goethe y Jean-Christophe (1904-1912) de R. Rolland, y en la narrativa española decimonónica tratado, por ejemplo, en Pedro Sánchez (1883) de Pereda o en la primera serie de los Episodios nacionales de Galdós.

 

Implicaciones

En nuestros días, el género se cultiva con especial intensidad en la literatura juvenil, con gran acogida entre el receptor modelo, los lectores en edad de cursar Educación Secundaria y Bachillerato, en tanto que escenifica a través de sus páginas la ruptura con la etapa de la adolescencia y apunta la gestación del espacio de transición y redefinición de la identidad, claves de la etapa. A través de obras clásicas en el ámbito de la fantasía como La historia interminable o El Señor de los Anillos, hasta las más recientes de Laura Gallego, y en la tendencia más realista o historicista, el género responde a los intereses de sus nuevos lectores.

Por otra parte, el éxito de estas obras se ha concretado en la promoción de una práctica de indudable interés para la educación literaria contemporánea: las rutas literarias. Estas constituyen una extraordinaria herramienta para la didáctica de la literatura en los diferentes niveles educativos, desde la Educación Primaria al ámbito universitario. Su carácter atractivo y transversal las ha convertido en un recurso de indudable vigencia en nuestros días, según se verifica a través de los diferentes pro- gramas de rutas literarias, como, por ejemplo, en el Estado español el Programa de Cooperación Territorial «Rutas literarias» del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, destinado a alumnado de las diferentes Comunidades Autónomas de 3.º y 4.º de Educación Secundaria Obligatoria. Su objetivo principal radica en complementar la formación recibida en el aula a través de un itinerario diseñado en torno a un libro, un personaje o un autor relevante trabajado en el centro. Posteriormente, el alumnado viajará a los escenarios reales de inspiración para poder conocer de primera mano los espacios ficcionalizados.

Referencias

Ballester, J. (2007), «La educación literaria, el canon y la interculturalidad», en Ibarra,
N. y Morote, P. (coords.), Revista de Literatura Primeras Noticias, 224, pp. 15-19.

Ibarra, N. (2010), «La escuela intercultural desde el álbum ilustrado: a propósito de Me
llamo Yoon», en Martos, E. (coord.), Biblioteca, lectura y multimedia, pp. 171- 191,
Passo Fundo: Universidade de Passo Fundo.

Ibarra, N. (2010), «Literatura y viajes», en Ibarra, N. (coord.), monográfico
«Literatura, viajes e interculturalidad», Revista de Literatura Primeras Noticias, 252.

Ballester, J. e Ibarra, N. (2009), «La enseñanza de la literatura y el pluralismo
metodológico », Ocnos, 5, pp. 25-36.

Ballester, J. e Ibarra, N. (2011), «An Interdisciplinary Education Experience: Cinema
for Teachers Formation in Faculty Education Classrooms», Education, Research and
Innovation, 1, pp. 911-1.917, Madrid: International Association of Technology
Education and Development.

Lucena, M. y Pimentel, J. (eds.) (2006), Diez estudios sobre literatura de viajes,
Madrid: CSIC, Ministerio de Educación y Ciencia.

Nucera, D. (2002), «Los viajes y la literatura», en Gnisci, A. (coord.), Introducción a la
literatura comparada, n.º 214, pp. 241- 290, Barcelona: Crítica.

Spang, K. (2008), «El relato de viaje como género», en Peñate, J. (ed.), El viaje en la
literatura hispánica: de Juan Valera a Sergio Pitol, Madrid: Verbum.

Fecha de ultima modificación: 2014-04-01